Nivel medio, de Sergio Gaiteri

Por Martín Cristal

Éste es el texto que escribí para la presentación de Nivel medio, la primera novela de Sergio Gaiteri (editorial Raíz de Dos).

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En 2008, cuando Sergio Gaiteri obtuvo la primera mención en el Premio Clarín por Nivel medio, ese diario —con la sucinta frialdad que se suele destinar a las menciones— la resumió como una obra que trata sobre “la ambigüedad de las relaciones humanas”. A mí, esa frase me suena a un slogan que no va más allá de indicar otra ambigüedad: la de jurados y periodistas a la hora de tipificar una novela que ofrece mucha más tela para cortar.

A primera vista, Nivel medio podría parecer un título que deja una puerta demasiado abierta a la ironía de algún crítico haragán. Lo que ese título indica, en realidad, es el nivel educativo en el que se desempeña Claudio, el primer narrador de la novela: un joven profesor de Literatura en una escuela secundaria. El título también sugiere el nivel en que Claudio se encuentra en tanto aspirante a escritor: está justo a medio camino entre Alfio (su alumno rebelde y talentoso) y Locasio (el escritor consagrado que le despedaza un cuento a fuerza de correcciones en rojo). Medio también es el nivel socioeconómico del segundo narrador de la novela: el odontólogo Julio. Y en medio de ambos protagonistas está Cecilia: futura ex mujer de Claudio y amante de Julio. Con ese triángulo, el arranque de la novela queda servido.

Nivel medio nace de la ampliación de un cuento homónimo incluido en Certificado de convivencia, un libro que ya contenía algunos cuentos que parecían novelas condensadas (por ejemplo, “El metal más duro”). Más que ampliación debería decirse continuación: el cuento “Nivel medio” no fue inflado —en una especie de inversión de la famosa táctica borgeana— de un argumento que podía exponerse en unos pocos minutos a un libro de 220 páginas. No: lo que Sergio hizo fue continuar esa historia con otras que la suceden, y que tienen por protagonistas a los mismos personajes.

Así como, hace algunos años, Hernán Arias presentaba a Los invitados como un libro de cuentos, aunque al terminar de leerlo uno tranquilamente podía pensar que acababa de leer una novela, con Nivel medio uno puede asomarse al revés de esa misma estrategia: Sergio Gaiteri nos presenta a Nivel medio como una novela —y en definitiva eso es—, pero al terminarla uno tranquilamente podría pensar que acaba de leer un muy buen libro de cuentos. Esto es así porque la estructura de esta novela está concebida como una serie de relatos ensartados al modo de un collar de perlas, todos ellos con el estilo lacónico y austero que ya es la marca de Gaiteri. Aquí no hay —como en las novelas más comunes y corrientes— un conflicto central que se desarrolla mientras a su alrededor se organizan otras subtramas; aquí el avance de la trama se da en forma episódica, ampliando una atmósfera o un tapiz. En su propio beneficio, Gaiteri no se estira para alcanzar la novela, para repetirla o reinventarla, sino que la obliga a acercarse al cuento, o a la colección de cuentos, el terreno que él mejor conoce. Y cuando ya la tiene a su alcance, borra las huellas que marcaban el límite entre un género y el otro mediante sutiles ligaduras que funcionan como epílogo de lo sucedido o avances de lo que vendrá. La estrategia es eficaz y su espíritu, claramente contemporáneo.

Los dos narradores alternados —Claudio y Julio— van desenrollando su parentela y sus relaciones: una mancha humana que se va expandiendo a su alrededor. El título también indicaría el terreno en que se da el registro de esas experiencias humanas: la novela no apunta a las situaciones extremas de la existencia, a las grandes alegrías y tragedias de la vida, a los altibajos, sino a escarbar en las planicies intermedias de lo cotidiano: el relato toma por un camino que en otras disciplinas —como la Publicidad o la Historieta— ya se suele señalar con el rótulo de slice of life (“porción de vida”), aunque lo hace sin caer en el costumbrismo ni estereotipar nunca esa muestra en el afán de representarla con verosimilitud. Los ámbitos varían (una fiesta de quince, un cumpleaños con castillo inflable, la premiación en un concurso literario, una casa en las sierras…), pero siempre resultan familiares y reconocibles, sobre todo para el lector cordobés. Muy pocas veces Gaiteri se permite excepciones como una situación muy grave (alguien que padece cáncer) o un ámbito fuera de la provincia (alguien que viaja a Buenos Aires).

Los personajes de Nivel medio están esbozados por pequeñas acciones. Nunca nos encontramos con una descripción física de ellos. Su exterioridad consiste sólo en sus actos, los cuales nos dan la clave de su interioridad, de la procesión que llevan dentro. Todos tienen vidas ordinarias; todos tienen nombres comunes. Quien lee a Gaiteri por primera vez puede creer que estas historias son demasiado corrientes o, engañado por la sencillez del estilo, pensar que son fáciles de escribir. Cuidado: también el arroz parece fácil de hacer, pero no lo es si lo que uno busca —tal como le explica Julio a Cecilia— es “…un punto, una textura. Y una combinación”. Ya desde antes de publicar Los días del padre, su primer libro de relatos, Gaiteri había determinado muy bien qué punto quería para sus historias, cuál sería la textura de su estilo y qué combinación de situaciones reales quería contarnos. En Nivel medio sigue haciéndolo con una calidad sostenida, cuya principal desventaja es que nos va malacostumbrando a ella.

Un problema que suelen enfrentar los escritores programáticos es el no atreverse a incorporar variaciones o aspectos nuevos a su obra por miedo a traicionarse. Es el peso de lo hecho. Me pregunto cómo conseguirá Sergio que no nos acostumbremos, que no nos lo aprendamos, que no nos cansemos de leerlo. Quizás a él esto no le importe. En caso de que sí, una posibilidad —se me ocurre— es que él vaya ampliando sus registros tal como ya empezó a hacerlo en Nivel medio: además de la tristeza, la incomodidad y el desasosiego que siempre minan a los personajes de Gaiteri como un estrés subterráneo, en la novela también hay ciertas situaciones basadas en un sentido del humor que al menos yo había detectado solamente en uno de sus cuentos anteriores (titulado “Lona” y todavía inédito). Éste es un registro nuevo, cuya aparición celebro.

Ya que el acento del libro está puesto en las situaciones narradas —más que en el estilo o la estructura—, entonces no vamos a adelantar ninguna de esas situaciones en la presentación de la novela para no menoscabar el disfrute de descubrirlas durante la lectura. Tampoco vamos a hablar del final de la novela. No porque nos lo prohíba el editor, sino porque la noción misma de final como una promesa, como una zanahoria que nos hace seguir leyendo para alcanzarla, debe ser desactivada cuando nos enfrentamos a un texto que desde el principio no responde a la lógica canónica de las estructuras narrativas cerradas, sino a la ilógica y a veces absurda sucesión de eventos que componen la existencia de las personas.

Creo que, en los buenos libros, uno se da por bien servido mucho antes de llegar a la última página. Baste decir entonces que el “corte directo” de Gaiteri puede llegar en cualquier momento, y que la perplejidad puede ser una recompensa mayor que la sorpresa. A partir de hoy, tanto esa como las otras recompensas que esconde esta novela están al alcance de todos los lectores.

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Foto tomada de cordoba.com.ar

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